Las mujeres jóvenes a lo largo de nuestra historia nos han enseñado constantemente que vivir y convivir en contextos de violencia no es una opción, por lo que con su empuje y creación de redes colaborativas se han encargado de promover en todos los espacios en los que conviven, lugares libres de violencia.
Uno de los espacios más importantes y que por supuesto también están sujetos a los marcos jurídicos internacionales y nacionales para el logro de la igualdad de género, son las universidades.
De primera instancia, se reconoce que tener un protocolo de actuación, prevención y erradicación de la violencia de género es un logro, pero no es suficiente.
En esta lucha, las profesoras y trabajadoras feministas dentro de las instituciones constantemente nos recuerdan que nuestra historia ha tenido un giro patriarcal, heteronormado y etnocéntrico, dificultando la capacidad de cuestionar una educación universitaria poco sensible a las relaciones de poder.
Sabemos que existe una versión que pareciera ser descomprometida del género y sin tomar en consideración las epistemologías feministas que generan mayores resistencias.
Algunas claves para mejorar la actuación es voltear a ver la cultura institucional de la universidad, promoviendo el sea inclusiva y no discriminatoria; promover estrategias para una pedagogía y didáctica igualitaria es importante para transversalizar la perspectiva de género y de derechos humanos, así como tener mensajes afirmativos y claros para promover la transformación de la percepción social.
Será importante mencionar que desde donde estemos, el tener un posicionamiento claro en contra de la violencia es imperante para desnaturalizarla, es impensable una neutralidad ética en donde la seguridad de la mitad de la población se ve afectada.
Es por ello que a manera de resumen, un punto de partida es asegurarnos de que “cuando el género entre en las universidades, el feminismo no salga por la ventana”.
Finalmente, recordemos que politizar los espacios universitarios es una deuda histórica hacia las mujeres estudiantes y trabajadoras.
Por Laura H. Esquivel para Milenio.
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